El ciclo hidrológico
—la circulación del agua entre el mar, la atmósfera y la tierra,
impulsada por la energía del sol— es un recurso insustituible que
la actividad humana está perturbando de forma peligrosa. Una
proporción mínima del agua de la Tierra —menos de la centésima
parte del 1%— es agua dulce que se renueva con el ciclo
hidrológico, aunque los océanos, los glaciares, los lagos y los
acuíferos profundos almacenan grandes cantidades de agua. Este
inestimable aporte de precipitaciones
—unos 11.000 kilómetros cúbicos anuales— es el que mantiene la
mayor parte de la vida terrestre.
Como cualquier otro
recurso valioso, el ciclo del agua proporciona a la sociedad un flujo
constante de beneficios. La interacción equilibrada de ríos, lagos
y otros ecosistemas de agua dulce con bosques, praderas y otros
ecosistemas suministra bienes y servicios de gran importancia para la
humanidad (véase el cuadro 3-1). Sin embargo, la naturaleza y el
valor de estos servicios pueden permanecer infravalorados hasta que
hayan desaparecido.